Maribel Guardia no fue la única novedad. La plaza del Teatro Blanquita mostró un rostro diferente: el gobierno del DF la barrió y lavó, pintó de rojo los remates de las plataformas y de blanco las bases. Desapareció a los indigentes que suelen convertirla en su hogar, con baño incluido, y en su lugar aparecieron policías en pareja, que de vez en cuando iban a la esquina a comprar tamales o aspirianas para mantenerse despiertos.
Durante la función, en su tradicional monólogo, Carmen Salinas explicó: “Le doy las gracias a Marcelo Ebrard, que ha hecho mucho por esta ciudad y nos quitó a esos indigentes que se venían a zurrar aquí afuera”.
Así como la plaza lucía recién lavada, Maribel también mostró una nueva Aventurera: abdomen escultural, sonrisa encantadora y piernas largas que encandilaron al público masculino.
Eso fue por fuera. Por dentro, los cambios fueron más notorios, porque esta Aventurera nunca se muestra virginal. El personaje lo exige al principio de la obra, pero Guardia no consigue transmitir esa ingenuidad: su voz es, en efecto, dulce, pero su cuerpo delata el calor del Caribe que presume.
En la segunda parte, Guardia se libera del uniforme escolar y su cuerpo se nota más a gusto con los bikinis estrafalarios de rumbera.
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